domingo, 19 de agosto de 2012

Salud, mi capitán


Ipiales, sur de Colombia. En las ciudades de frontera tratamos de estar lo menos posible porque siempre son un poco turbias. Pero ya casi es de noche, es preferible quedarnos acá y salir al amanecer antes que dormir por la ruta.

Estacionamos en una calle del centro. En las primeras horas de la noche es muy transitada, se trenzan buses, motos, bicicletas, gente. Pero cuando la oscuridad se vuelve profunda el movimiento desaparece y esto es la desolación. No queda un solo auto estacionado y ni las ratas andan sueltas.

Deben ser como las 3 de la mañana. Dormimos con el sexto sentido despierto. Cada tanto se corta el silencio por algún auto que pasa lejos y me parece oír que una señora grita: Policía…! Policía…!

De pronto se escuchan unos pasos arrastrados, lentos, de zapatos viejos, que se acercan por la vereda y se frenan justo al lado de la camioneta. Ya despierto, pienso: ¿Qué clase de visita tendremos ahora?

Martina empieza a ladrar desaforada. Marta también se despierta. Tratamos de callar a Martina pero ladra más. Me levanto y me asomo para espiar quién anda ahí. Es un hombre mayor, de unos 70 años, que parece hablar con la camioneta mientras la pared lo sostiene.

En seguida entiendo que es un borracho inofensivo y solitario. Me tranquilizo. Pero queremos dormir!!! Tiene toda la calle. ¿Justo acá se viene a instalar?? Los gruñidos de Martina, lejos de ahuyentarlo, lo entretienen, porque el tipo empieza a conducir los ladridos como director de orquesta.

- Martina, abajo! –la saco del asiento delantero para que deje de ladrar y me quedo alerta,  procurando no ser visto, escuchando los balbuceos extraviados de nuestro visitante. Tiene un diálogo fluido con la camioneta. Parece que se conocieran de toda la vida.

Cada tanto nuestro amigo inoportuno se queda en silencio y renace nuestra esperanza de dormir. Pero dura poco.

- Comandante!!!! –su alarido estremece la camioneta y sigue con su charla que ya va para una hora.

Es el capitán Valdivieso, retirado del ejército colombiano. Se empecina en repetir su nombre, grado y división, y asegura que es un hombre recio y corajudo. Le cuenta a la camioneta que está orgulloso de su patria, dispuesto a defenderla con su vida. Le recita la heroica historia nacional y enumera las extraordinarias y sorprendentes maravillas naturales de esta tierra, que recorrió mientras estaba de servicio.  

Por la esquina pasa un taxi, el capitán lo ve de casualidad y lo llama, el auto para. Se despide de la camioneta y se aleja arrastrando sus zapatos y sosteniéndose con la pared. Se sube al taxi y desaparece.

Me vuelvo a acostar y me duermo pensando. Me parece que el capitán, como un guardián de esta puerta de entrada al país, no hizo otra cosa que darnos algo parecido a una bienvenida.  


La calle más céntrica de Ipiales, un día de semana, 3AM. 

Llega nuestro amigo, el capitán Valdivieso. Martina no para de ladrar. 

El capitán se entretiene hablando con la camioneta. 

Mejor que no te vea porque te empieza a contar toda su vida. 

Salud, capitán. Y gracias por la bienvenida.

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