miércoles, 4 de abril de 2012

Llegamos a Lima, pero con estilo

Termina la espera. Por fin. Después de más de un mes, salimos con la camioneta del taller de Arequipa con nuestras ilusiones golpeadas pero vivas. En los primeros 1000 km tenemos que cuidar que no haya pérdidas de agua ni aceite y que el motor no levante temperatura. Algo que me llama la atención: José, el jefe del taller, me comenta que el nuevo sensor maneja un rango diferente, o sea que la temperatura que antes para mí era alta, ahora es normal.

Así salimos a la ruta. Y a lo largo de 300 km y sin llegar nunca a la temperatura máxima que me había señalado, intercambiamos estos mensajes de texto:

- YO: “Jose, vamos bien. Pero en las subidas calienta y tengo que parar. Hay algún truco para que baje mas rapido la temp? Gracias. Fernando argentino”

-JOSÉ: “Solo detenerse pero no pierde agua o si?

-YO: “Recién llego la temp al ppio de la parte blanca, pare y salia un poco d agua x la manguera de la tapa del radiador”
                                                                                                                                             
- JOSÉ: “Seria bueno esperar que este frio y rellenar agua al radiador para continuar. En que parte estas?”

-YO: “No salio mucha agua y las mangueras internas no estan tan calientes. Estoy en problemas? Voy a esperar que enfrie y relleno agua. Estoy en el km 943, justo pasando muchas montañas”

-JOSÉ: “Me parece que no esta recalentando. Debe ser mala lectura del reloj. Llegando a algún pueblo seria bueno cambiar reloj y sensor”

-YO: “Ok, gracias”


Pocos kilómetros después….


-YO: “José, levantamos temperatura, paramos. Luego no arrancó, botamos unos 2 litros de agua. Vi que caia por el medio del chasis. Estamos con una grua yendo a un mecanico. Que puede ser?”

-JOSÉ: “Parece que soplo empaque donde estas”

-YO: “me estan remolcando hasta Lima llego temprano a la mañana. Que puedo hacer?”

-JOSÉ: “limpieza de radiador y cambio de empaque”

En realidad no nos remolca una grúa sino un camión cargado de cebollas. Pero a José no le interesa ese detalle. Maneja Víctor, un amistoso limeño, rechoncho y sonriente, que no duda en remolcarnos 700 km hasta la gran capital del Perú. Víctor es camionero de toda la vida pero debe tener alma de guía de turismo o será que disfruta de nuestra compañía porque por walkie talkie vamos charlando de costumbres compartidas y nos cuenta los puntos importantes de esta ruta que conoce de memoria.

El viaje es bastante peligroso. Con una pared de cebollas de 10 metros de alto a 3 metros adelante no tengo panorama del camino y tengo que estar alerta para mantener la soga estirada y evitar los tirones, frenar en las bajadas y corregir el volante en las curvas. Si Víctor llega a parar de golpe, yo también tengo que frenar en una milésima de segundo para que no terminemos como ingredientes de ensalada. Así viajamos toda la tarde y casi toda la noche. Después de dormir sólo una hora, entramos a Lima al amanecer.

Víctor nos deja en un estacionamiento de camiones. Ahora el plan es simple: en esta enorme y desconocida ciudad, con una mezcla de somnolencia por la falta de sueño y nervios por la tensión del viaje, con la ropa, las manos y la cara mugrientas, tengo que ir a la casa central del taller que nos atendió en Arequipa, hablar con el gerente, exigir que cumplan la garantía y se hagan cargo del trabajo, conseguir un nuevo remolque hasta ahí, cambiar dólares y encontrar un alojamiento donde nos acepten con un perro. Ah! Y comprar un desayuno para Marti que se queda en la camioneta cuidando a Martina. Todo lo más rápido posible.

Parece la ruina, el fondo de la cuestión. En este momento, por primera vez desde que salimos de Buenos Aires, tengo una sensación concreta, vívida e inconfundible. Después de haber cuestionado varias veces su lógica cuando las cosas no se daban como nos hubiera gustado, hoy compruebo que Dios está viajando con nosotros. No es un delirio místico. No es una cuestión de fe, no es producto de mi imaginación ni sobredosis de café. Es una energía irrefutable, infinita, que me empuja despacio, paso a paso, me da conciencia total del momento presente, percepción absoluta del entorno y de las personas con las que tengo que lidiar, para decir las palabras exactas, de la manera justa y conseguir todo lo que necesito rápido y sin cuestionamientos. Me da pena de verdad por los agnósticos que no le dan lugar a esta experiencia. Esto parece otro remolque que me lleva planeando por el centro de un caos gigantesco con una eterna paz interior. Yo sólo tengo que ir corrigiendo el volante y disfrutar del viaje. 





Así empieza la odisea.

Ahí nomás, Victor!


¿Está bien atada, Victor?!!



Así viajamos 700 km, día y noche.



Algo de las líneas de Nazca desde un mirador. 

Nuestra situación, desde el mirador de Nazca.

El mirador al borde de la ruta.

Visita amiga en Lima.

Esto se ve a la tarde por el distrito de Miraflroes.

Remando remando llegamos a Lima.

Paseando por ahí.

Da para quedarse a vivir un tiempo, no?




Acá nos quedamos, quién sabe por cuántos días.