lunes, 12 de marzo de 2012

La biela maldita

Vamos en la ruta, tranquilos, cantando contentos con Manu Chao. Queremos más playa, calor y mar. De pronto se escucha un ruido tremendo en el motor, parece una explosión pero es un zarpazo de realidad. Paro al costado y veo que perdemos aceite a borbotones. No podemos seguir. Llamo a una grúa que nos remolca hasta la ciudad que queríamos evitar por las montañas, el frío y la época de lluvias: Arequipa.

En un taller especializado desarman el motor y me desarman a mí con la peor noticia: se rompió una biela y un pistón le hizo un agujero al block. Hay que cambiarlo. El block es una pieza enorme de hierro fundido que pesa más de 100 kilos, es prácticamente el motor entero. Pero el problema no termina ahí: en Perú no hay una sola de estas camionetas y no existen repuestos. Tendría que mandarlos a traer desde Argentina. Suponiendo que tengamos plata como para comprar un motor nuevo, ¿cuánto nos puede costar semejante envío?

Después de hacer varias llamadas a Buenos Aires para averiguar costos, vemos que resolver esto nos llevaría casi todos nuestros ahorros. Parece el final del viaje. Definitivamente. Nos abrazamos entre la lluvia y las bocinas de la calle y mi cabeza no para de hacerme preguntas. 

¿Así termina? Después de tanto esfuerzo, ¿ésta es la recompensa? Hicimos todo con cierto criterio, gente que sabe nos recomendó esta camioneta, le arreglamos y le cambiamos todo lo necesario, le pusimos muchísimo amor para armarla, somos dos personas de buena voluntad que están cumpliendo un sueño. ¿Hasta acá nos dejan llegar? Estoy cansado de pensar que “algo tendremos que aprender”. ¿Por qué mierda tenemos que aprender a los golpes si hay excelentes lecciones que no duelen? A ver, ¿cuál sería el aprendizaje? ¿Tenés que quedarte tranquilo cuidando tu quintita y no jugártela entero por algo que te apasiona? No creo. Me voy a resistir hasta mi último día a esa filosofía mediocre y apática de los que prefieren el camino protegido, el camino marcado. Estoy seguro de que tiene que haber algo detrás de este giro del destino que a simple vista se ve como macabro, sádico, perverso. ¿O será que ya no tienen razón de ser los espíritus libres en este mundo metálico?

Marti me demuestra su grandeza en plena tormenta: me dice que de alguna manera lo vamos a resolver, que ella quiere seguir, aunque sea sin un peso, ya nos vamos a arreglar. Y tiene razón. No nos vamos a volver justo ahora que empezamos a imaginar un paraíso.

Entonces nos abrigamos y caminamos por el centro de Arequipa hasta que encontramos un hotel donde nos aceptan con Martina. Acá nos quedaremos por unos días. Varios. Bastantes, quizás. Los que sean necesarios hasta que podamos arreglar la camioneta y seguir viaje. Si algo o alguien nos quiere parar, va a tener que esforzarse un poco más. 




Ey! ¿Te creíste que íbamos al mar? 






Remolque amigo 1, hasta Arequipa.







Remolque amigo 2, hasta el taller.


En el taller, esperando la sentencia.


Todo el motor afuera y desarmado por completo.




Nuestra casa, ahora con balcón al frente.

















El pistón y la biela maldita.


















Block perforado. Más de 100 kg de problemas.
















A buscar hotel en Arequipa.