lunes, 20 de febrero de 2012

Los habitantes de las nubes

En Bolivia, si viajás de este a oeste, en un momento empezás a subir. Al principio ves montañas bajas, verdes, cubiertas de árboles. Seguís subiendo y ves montañas un poco más altas, algunas rojas de tierra, otras rojas de roca, montañas peladas, montañas con mota de arbustos. Mientras tanto seguís subiendo, y te encontrás con montañas medianas, montañas altas y montañas muy altas con nieve. Estás cada vez más alto y vas pasando montañas por los costados, montañas por arriba, montañas por el medio.

Llegás a estar demasiado alto y en ese momento pensás que es imposible seguir subiendo. Ahí preparate, porque recién empezaste a subir. Entonces vas más arriba, más arriba, y ves más montañas, más montañas, y de a poco, entre curvas y contracurvas, todas las montañas te van quedando abajo, hasta que de repente llegás a las nubes. Acá paramos. Vamos a pasar la noche.

En el medio de una nube hay unas pocas casitas con paredes de barro, techo de paja y puertas de casualidad. Nos reciben unos chicos y un par de adultos que hablan su propio idioma. Si les preguntamos algo se nos quedan mirando con una sonrisa y nos analizan como si acabáramos de llegar de otro planeta, y en algún sentido tienen razón.

A la mañana hace tanto frío que se nos congelan hasta las bujías. Trato de arrancar para seguir viaje pero la camioneta no prende. Necesitamos ayuda. Empiezo a recorrer las callejuelas de la aldea, entre la neblina, buscando un mecánico. No hay nadie. Después de observar el panorama noto un detalle: no hay un solo auto en todo el pueblo, así que con mi gran capacidad de deducción desisto de mi búsqueda.

Esperando que el sol suba para que caliente un poco el motor, compartimos toda la mañana con los habitantes de las nubes. Los chicos son de risa fácil, no se cansan de jugar con Martina. Los grandes son de mirada candorosa y cara de chocolate en rama. Usan ponchos de lana de todos colores y viven de las llamas y ovejas que llevan a pastar abajo, a las cumbres. En las nubes, por supuesto, llueve un rato todos los días. Y da la sensación que sus habitantes no conocen la maldad.  

Por suerte en este lugar cuando alguien te cae del cielo te llega más rápido, y antes del mediodía viene nuestra salvación: un auto de argentinos para justo al lado de nosotros. Nos ayudan a arrancar en seguida y seguimos viaje. Estamos ansiosos por bajar otra vez a la tierra. Ahora queremos calorcito, playa y sol. Ya estamos bien de frío, montañas y nubes.

Montaña 1

Montaña 15

Montaña 236

Montaña 580






Acá los vemos por primera vez, en su habitat natural.

Una niña de las nubes en su casa.