miércoles, 28 de noviembre de 2012

El Aleph ambulante


Qué dulce, intensa, brillante y placentera se vuelve la vida cuando te sacás de encima el mandato social y te la jugás a fondo por eso que te late. No me vengan con eso de procurarse confort y una existencia previsible con el correr de los años. A mí me dejan con este viaje de sorpresas, eh?

Esta es la verdadera no-rutina. Pero lo que sí se repite son las preguntas de la gente: ¿cuánto hace que están viajando? -10 meses. ¿Cuándo vuelven? -No sabemos. ¿Hasta dónde quieren llegar? -En principio, hasta México. Después veremos.

Llegamos a San José y ya se siente más cerca ese objetivo. Nos ponemos a tocar música en la peatonal del centro con un cartelito que dice: "Hoy es un gran día para concretar tu sueño. Por favor, ¿nos ayudas con el nuestro? Música de Argentina a México. Gracias Costa Rica!!!" 

Y entonces la vida misma empieza a pasar frente a nosotros. Se arman grupos de gente que se queda a escuchar por un rato y ponen sus billetes y monedas en la gorra: punks, monjas, barrenderos, amigos, familias, grandes, chicos y el bebé que llega llorando en el cochecito y en seguida sonríe. Otros músicos con guitarras al hombro, el señor que nos pregunta si tenemos un disco, el poeta que nos regala su último libro dedicado, un par de borrachos que se ponen a bailar, la señora que le regala galletas a Martina porque "ama a los perros" y una chica ilusionada que nos dice que estudia canto y la invitamos a sumarse un par de temas. La pareja de enamorados que nos quiere contratar para su casamiento, unas personas sin techo que sonríen por un rato, el profesor de música que nos dice que podemos tocar en un auditorio grande y el pibe que nos pregunta si puede viajar con nosotros. Turistas y locales que sacan fotos y graban videos con el celular. Otro que llama a alguien y le hace escuchar la música al teléfono, el argentino que nos invita a Guadalajara donde tiene una fábrica de pastas, las mamás que mandan a los nenes a poner monedas al sombrero, los que dejan papelitos con mensajes y un no-vidente que se queda a escuchar contento. El tipo que me da un billete grande en la mano, los que se sacan fotos con nosotros, la testigo de Jehová que nos regala una revistita, la señora en silla de ruedas que se esfuerza para llegar a la gorra y el anciano que me dice en secreto que guardemos algo del dinero del sombrero para no tentar a algún ladrón. Hay bastantes que se chocan atolondrados cuando están cerca de la gorra y casi todos nos dedican palabras de amor y buenos deseos: "Mucha suerte", "los felicito", "buen viaje", "que Dios los acompañe", "me dieron ganas de cumplir mi sueño", "sigan así", "ojalá más gente se animara a hacer lo que hacen ustedes", "pura vida!", y etc., etc. Y como si esto fuera poco, una mujer embarazada de 8 meses y medio que viene a romper bolsa justo al lado de nosotros. La asisten unos policías, llega una ambulancia despacio por la peatonal y se la lleva. Te juro que es cierto. Marti no me dejaría mentir, como fanática defensora de la verdad.

Tocamos por varios días y la gorra rebalsa. Al final de cada noche debe pesar unos 5 kilos. Y en la camioneta hay monedas por todas partes. Levantás una zapatilla, monedas. En la guantera, monedas. En los asientos, monedas. En la heladera, monedas. Monedas, monedas y monedas, y también billetes. La cantidad de plata nos supera. No llegamos a contarla pero calculamos que en un par de horas de música hacemos el presupuesto de varios días.
Parece que éste dejó de ser un viaje mecánico para volverse musical. Y olé.


Ahí estamos en pleno centro de San José.

Otro que nos habla entre tema y tema.

Unos ponen por la música, otros por el cartel, y algunos por Martina.


Todo el mundo pasa frente a  nuestros ojos.


Martina, acostumbrada a escuchar música, siempre feliz.


Sigue el viaje con nuestros amigos viajeros de "la Flecha negra".


"La Flecha negra" y "La Mimosa" siguen en caravana. Ahora, a otra playa de Costa Rica.