sábado, 11 de febrero de 2012

El escape

Lo de Villamontes no da para más. Ya queremos seguir viaje y estamos decididos: hoy nos vamos, como sea. Sabemos que las ambulancias son las únicas que pueden cruzar el bloqueo de la ruta. Se me ocurre la idea de disfrazar la camioneta de ambulancia. Para mí es buena, para Marti es un delirio. La descartamos.

Estamos otra vez sin opciones y justo en ese momento aparece una pareja que deduce la situación por nuestro living en la vereda. Son Abigail y Joseph, de Inglaterra, que viven en Bolivia desde hace 20 años. Se presentan como testigos de Jehová, dicen que Armagedón está cerca, que cada vida tiene un propósito y estar conectado con la naturaleza te ayuda a encontrarlo. Con un típico acento británico, Joseph nos aporta una nueva alternativa:

-       Hay un camino secreto, muy difícil de encontrar. Es pequeño, de tierra y piedras, muchos pozos. Tendrían que conseguir alguien que pueda guiarlos. Ustedes solos se perderían.

Parece nuestra única salida. Así que a la noche voy a la comisaría y le pregunto a Gutiérrez, el sargento de turno, si podría llevarnos por ese camino escondido.

-       Yo lo conozco y los puedo guiar sin problemas. –me contesta decidido.

-       Ah, ok, ¿y cuándo podríamos hacerlo? ¿Mañana? –le pregunto, fiel a mi costumbre de postergar lo difícil.

-       No, no. Tenemos que salir ahora mismo, aprovechar la noche.

Y así nos metemos hasta el cuello en una de esas situaciones que te sacan de un sopapo del letargo emocional. Seguimos a toda velocidad a una camioneta de la policía, y con las luces apagadas salimos del pueblo en caravana clandestina. De pronto nos desviamos para entrar en un atajo oscuro en medio de las yungas. Pozos, subidas, pozos, bajadas, pozos, curvas, pozos. Nuestra motorhome va como coctelera con todo tipo de objetos que vuelan por el aire además del miedo y la adrenalina con todo tan mezclado que no sabemos cuál es cuál.

En plena oscuridad los policías paran adelante por un montículo de tierra que nos bloquea el paso. Es un momento de desilusión pero Gutiérrez tiene una idea:

-       Podemos ir por las trillas. –asegura. Se sube a su camioneta y sale de nuevo adelante.

Yo lo sigo mientras me pregunto qué serán las “trillas”, ¿será un pueblo cercano? Poco después tuve la respuesta. Si algún día viajás a Bolivia, acordate que le llaman “trillas” a las vías del tren. Así que vamos a lo largo de las trillas por unos 2 minutos que se me hacen 2 años y retomamos el camino escondido. Llegamos a la ruta. Nos despedimos de Gutiérrez, eternamente agradecidos, y nos escapamos del pueblo fantasma rumbo al norte, aliviados, y totalmente convencidos de que era sensata, lógica y prudente mi idea de disfrazarnos de ambulancia.

Abigail y Joseph con un dato clave.



El plano del escape.
Planeando la estrategia con el sargento Gutiérrez y su compañero.