martes, 28 de febrero de 2012

Edgar y el fuego

Parece que después de un infierno del que pensás que no salís, viene un paraíso del que no te querés ir. La impresión que me deja Bolivia es de gente oprimida, condenada. Me pregunto cómo pueden vivir así. “Estamos acostumbrados” –me dijo alguno, como si el hecho de estar habituado al sufrimiento lo volviera de a poco menos injusto.

El Alto, en las afueras de La Paz, es el caos a 4000 metros de altura. Vas manejando y en cualquier segundo se te cruza un peatón con una bolsa gigante en la espalda, manejan como hormigas coloradas y tocan bocina como si fuera su manera de trascender. Con el frío que te paraliza se nos rompe el anafe portátil así que tenemos que entregarnos al variado menú local: pollo frito, pollo al horno o pollo al spiedo. Por suerte siempre tenemos a mano ese razonable recurso para solucionar cualquier contexto maniático: escapar. Cruzamos la frontera a Perú y el alivio es inmediato. No me gustan las comparaciones pero a veces son inevitables.

- La gente: en Bolivia están tensos y sospechan o te cobran si les pedís un favor. En Perú están relajados y te ayudan como si fueras un amigo.

- Los policías: en Bolivia te cobran “peajes” inventados. En Perú te agradecen la visita y te desean buen viaje.

Primer destino: Moquegua. Ciudad de lindo clima, en medio de un valle, con callejuelas tan angostas que rompo un espejo de la camioneta y un artesano descendiente de Incas me lo arregla el mismo día y sin cobrarme. Más tarde, Marti entra en un restaurante a pedir agua caliente y el dueño resulta ser un técnico especialista, llamado Edgar, que no sólo nos arregla el anafe sino que se entusiasma con nuestro viaje y nos invita a cenar. A cambio del favor yo le hago de parrillero y ayudante de cocina por esa noche. 

- ¿Por qué nos ayudás, Edgar? -le pregunto. 

- Porque quizás algún día sea yo el que esté viajando y necesite tu ayuda. -me contesta, y termina de armarnos la mesa. Mientras comemos una tira de asado con fritas y nos bajamos una botella de un vino casero que elabora su familia en las afueras de la ciudad, hablamos de la vida y de este mundo delirante, brindando cada tanto por este preciso momento.

Edgar es una gran persona, trabajó toda su vida en una mina de cobre, es padre de familia y evangelista. Está convencido de que el mayor flagelo de la humanidad es la corrupción.  Asegura que estamos viviendo tiempos apocalípticos. En seguida me acuerdo de Joseph y Abigaíl, los Testigos de Jehová que conocimos en Villamontes, y de las profesías mayas sobre el 2012. ¿Ya estoy borracho o está pasando algo con esto del fin del mundo? ¿Es una idea que casualmente se replica en gente de distintas épocas y creencias o es una realidad inevitable a la que estamos asistiendo como especie? Sea lo que sea, estoy convencido de que la respuesta se nos irá revelando sobre la marcha. Y volvemos a brindar, agradecidos, porque estamos felices de la vida. 



El Alto, Bolivia. Alto caos.

Bolsas gigantes también en La Paz.

Spiderman se prepara, mucho trabajo en La Paz.



Moquegua, Perú. Un amigo nos arregla el espejo.

Edgar arregla el anafe. Marti feliz, zafamos del pollo.



Salen 3 tiras de asado con fritas.

Edgar nos muestra su auto de colección.

Felices, con un buen amigo.



Ahí vamos. Andá a saber adónde.