martes, 24 de enero de 2012

El duende

El sol se pone entre las sierras de Córdoba mientras avanzamos por una ruta bastante solitaria. En estos primeros días trato de hacerme al hábito de chequear el instrumental: temperatura, gasoil, presión de aceite, todo ok, excepto el voltímetro que marca 10 cuando tiene que estar entre 12 y 14. Estamos sin baterías. Tenemos que buscar rápido un lugar donde pasar la noche y resolver el problema.

El pueblo más cercano: Deán Funes, al norte de la provincia. Paramos en una estación de servicio. Pruebo arrancar de nuevo y pasa lo que suponía. Estamos varados. ¿Dónde vamos a encontrar alguien que nos ayude a las 9 de la noche de un viernes? Ya empiezo a mentalizarme para quedarnos 3 días acá. Averiguo en la estación, nadie sabe nada. Entro en una gomería 24 hs que está al lado y pregunto a la señora que atiende si sabe de alguien que trabaje con electricidad de autos.

-           Justo acá a 30 metros hay un muchacho que tiene un taller. –me contesta la mujer, amable.

-          Ah! ¿Y ya cerró? ¿En qué horario atiende? ¿Sabés si trabaja mañana sábado? ¿Tenés su teléfono? ¿Cómo se llama? –le lanzo mi mejor batería de preguntas dispuesto a no dejar pasar la que se presenta como la única oportunidad de seguir viaje.

-          Se fue hace un rato. Es que no tiene horario fijo, quizás pasa hoy de nuevo, quizás viene mañana. Le gusta la noche, me interpreta? Así que con él nunca se sabe...

-          Perfecto. Entonces vuelvo a pasar más tarde, a ver si está. Por favor si lo llegás a ver avisale que lo busco. Estoy en aquella camioneta blanca. ¿Cómo se llama?

-          Le dicen "el Duende".

Me despido agradeciéndole y vuelvo a la camioneta. Unos minutos después, mientras estoy tratando de descifrar el problema, de pronto se me aparece un hombre al lado. Logro disimular el susto.

-          Me dijeron que me buscabas. –me dice rápido y asumo que es él. En cuanto le cuento el problema y nuestra situación me asegura: “Vamos a resolverlo ahora, no tengo ningún apuro”.

Empujamos la camioneta hasta el taller y el Duende se pone a trabajar. Es rápido, ágil, alegre. Martina, curiosa, intrigada, lo sigue por todas partes, y se hacen amigos. Hablamos un rato largo de las cosas de la vida. Me dice que no tiene ni ganas de conocer Buenos Aires. Yo le cuento de nuestro viaje, le parece fantástico.

Un rato más tarde encuentra el problema: es una falla en el alternador. Tenemos que pasar la noche ahí y comprar un repuesto al otro día. Generoso y confiado, nos ofrece dejar las puertas abiertas de su taller, pero no hace falta.

El duende.

No tiene horario fijo.

El Duende en su taller con un amigo, "el Bicho canasto".
















A la mañana siguiente, el Duende aparece exactamente a la hora que me había dicho, con signos de haberse trenzado largo y tendido con la noche. Compramos el repuesto y él termina de arreglar la falla. Problema resuelto.

El Duende después de una noche agitada.

En la entrada del taller nos despedimos como buenos amigos, me desea suerte en nuestro camino, vaticinando que algo extraordinario nos va a pasar más adelante. Le agradezco por todo y me subo a la camioneta. Salgo marcha atrás, maniobro, pongo primera y miro de nuevo para saludarlo andando. Pero ya no lo veo más.