Cartagena
de Indias, octubre de 2012.
Barrio Bocagrande, esquina de
Carrera 2da con Calle 6ta.
Viernes, 7
pm
Marta:
Ukelele
Yo: saxo
alto
Empezamos a
tocar en la vereda, en una esquina transitada, al lado del parche de artesanías
de Diego y Sofía, como para entrar en calor y ganar confianza. Tenemos
unos pocos temas ensayados y los tocamos versionados estilo jazz gitano: "All of
me", "Flaca", "Sea of love", "Ma premiere guitarre" y alguna que otra improvisación.
Después de un rato tomamos coraje y nos
animamos. Vamos al primer restaurante y nos ubicamos entre las mesas de la vereda. Ahí viene el pánico escénico otra vez. Mientras tocamos, miro al piso un punto fijo como quien camina por una cuerda floja y para alejar de la cabeza al fantasma negro que me hace pifiar. Alcanzo a ver un piecito de alguien que marca el ritmo. Buen indicio.
Termina nuestro debut. A la gente le gusta. Increíble. Aplauden, nos agradecen, nos felicitan, piden otra, mandan monedas y billetes al sombrero que rebalsa.
Así vamos por bares y restaurantes y tocamos cada vez mejor. Nos relajamos y lo disfrutamos. Cuando salimos de cada lugar casi siempre hay alguno que escuchó desde afuera y nos intercepta para mandar su billete al gorro. No lo puedo creer. Parece que la gente nos busca para darnos plata. Algunos nos reconocen por la calle y nos saludan contentos. Se nos ponen a hablar, les contamos de nuestro viaje y alucinan.
Pasan las noches, pasan los bares, pasa la música, pasa la gorra y la plata viene, viene y viene, y nosotros con esa sensación de picardía contenida como cuando estás de racha en el casino. Gracias a la música, la puerta se abrió. El viaje sigue.
Termina nuestro debut. A la gente le gusta. Increíble. Aplauden, nos agradecen, nos felicitan, piden otra, mandan monedas y billetes al sombrero que rebalsa.
Así vamos por bares y restaurantes y tocamos cada vez mejor. Nos relajamos y lo disfrutamos. Cuando salimos de cada lugar casi siempre hay alguno que escuchó desde afuera y nos intercepta para mandar su billete al gorro. No lo puedo creer. Parece que la gente nos busca para darnos plata. Algunos nos reconocen por la calle y nos saludan contentos. Se nos ponen a hablar, les contamos de nuestro viaje y alucinan.
Pasan las noches, pasan los bares, pasa la música, pasa la gorra y la plata viene, viene y viene, y nosotros con esa sensación de picardía contenida como cuando estás de racha en el casino. Gracias a la música, la puerta se abrió. El viaje sigue.
Definitivamente la vida sucede a un ritmo distinto al que me imponían mi propia ansiedad y la rutina urbana. Las cosas buenas empiezan a llegar. Vienen a nosotros. Solitas. Parece que sólo tenía que tener un poco de paciencia.
Para algunos seremos hippies, para otros vagos, para alguien ochentosos. Para nosotros, felices. Si necesitás, ponenos el sello que te deje tranquilo. ¿Quizás ridículos? También puede ser. Y como dicen que del ridículo no se vuelve ¿será que no volvemos?
Con esa sensación de alegre tristeza nos despedimos de Diego y Sofía, que por ahora seguirán andando por Sudamérica, seguros de que nos volveremos a encontrar en algún punto del camino.
Ahora me despido desde tierra firme hasta la próxima. Preparate para otro capítulo de "diarios de motorhome", pero esta vez desde un velero en el mar Caribe. Esto se está poniendo bueno.
En el Rincón de Antioquia, uno de nuestros restaurantes amigos. |
Acá estamos al atardecer en un barcito de la playa. |
Si nos cansamos de patear, tocamos un rato en el parche y la plata también viene. |
A veces Sofi se suma en percusión con la tabla de lavar. |
Plano general del parche de artesanías. Atrás La Mimosa y Martina adentro nos espera tranquila. |
Cuando Martina viene con nosotros, algunos ponen billetes "para el perrito". |
Qué bien la pasamos con Diego y Sofi. Grandes amigos, mejores personas. Los vamos a extrañar!!! |