domingo, 17 de junio de 2012

El motor destrozado


¿Cuáles son las chances de que el motor se nos rompa en medio de la ruta  justo donde vive un mecánico que también tiene un Mercedes Benz? Pocas, muy pocas. Así que cuando Wilson y Rita, los entrañables dueños de casa, nos invitan a pasar, pasamos. Nos invitan a almorzar, almorzamos. Nos invitan a quedarnos, nos quedamos.

Desde el taller oficial de Mercedes Benz en Lima nos comunican que no se hacen cargo de la garantía porque estamos fuera del país y un etcétera ridículo. Estas son las posibles soluciones:

-       opción 1: hacernos remolcar hasta Montañita, Quito o Bogotá y trabajar ahí hasta juntar plata para arreglar el motor.

-       opción 2: desarmar la camioneta, vender las partes y seguir viaje de otra manera.

-       opción 3: empujar la camioneta desde un precipicio y asegurarnos de que explote.

Pero antes de tomar una decisión inteligente hay que conocer a fondo el problema, así que nos preparamos para bajar el motor y abrirlo por completo.

Es un trabajo complejo que ya se hizo dos veces, una en Arequipa y otra Lima, en los pulcros y supuestamente confiables talleres oficiales de Mercedes Benz, con sus salas de espera con aire acondicionado, sus herramientas neumáticas, sus vitrinas de merchandising, sus planillas infinitas y sus mecánicos de mameluco con logos cancheros. Ahora somos Wilson y yo en una casita al borde de la ruta.

Wilson fue mecánico por muchos años. Es fanático de la pesca y ahora cría camarones. Vive en la zona desde hace más de 20 años y en el pueblo de Río Verde todos lo respetan. Aprendió a nadar a los 4 años porque lo tiraron al río y desde entonces no le tiene miedo a nada. Le apasionan los motores y más los que nunca vio, como el nuestro. Tiene una rara mezcla de inteligencia práctica, precisión de cirujano y fuerza de elefante.

Después de dos días enteros de trabajo logramos sacar y abrir el motor. El diagnóstico es evidente: cigüeñal roto. Parece que en Lima lo rectificaron por demás y no aguantó. Averiguamos precios y nos conviene traerlo desde Argentina pero como pesa 40 kilos es impensable un envío por correo privado.

Entonces entra en acción mi hermano Hernán, que justo en un par de días vuela por trabajo a Bogotá, y decanta sola la solución: que Hernán lleve los repuestos a Colombia y yo los busque y los traiga en un viaje relámpago.

Así la camioneta se salva justo a tiempo de terminar descuartizada o carbonizada al pie de un precipicio. A preparar la mochila. Salgo para Bogotá.


Rallando coco con el método tradicional para prepar cocado, plato típico.


Wilson y Rita nos reciben con este cocado de langostinos y nos cuidan como a sus propios hijos.

Rita y Marti en la terraza de nuestra nueva casa.


Wilson con su pila de libros sobre motores. En ninguno figura el nuestro.

Wilson, siempre contento, en su MB.

Acá estamos bajando el motor.

Vuelvo a mi habitat natural, abajo de la camioneta.

Empujando una pluma, herramienta de levantamiento, ideal para cuando se te viene el mundo abajo.
Cigueñal partido en dos.

Así son los karmas, parece que nunca terminan.
Esta es nuestra nueva habitación,nada mal, eh?.