jueves, 2 de agosto de 2012

Después de todo


Después de dos meses de vivir en la costa norte de Ecuador, de despertarnos con el canto de los gallos y los alaridos del chancho vecino, de conocer decenas de nuevas frutas, verduras, árboles y plantas, de aprender a cosechar y secar hojas de tabaco, de lidiar con mosquitos y sapos y ver insectos voladores tan grandes que hasta Martina les ladraba.

Después de aprender los secretos de la cocina ecuatoriana y de preparar de todas las formas posibles el arroz, los plátanos verdes, el pescado y el camarón, de extrañar la pizza y el asado y nuestra casa y los amigos y la familia, y de pensar seriamente en volver.

Después de ver a una moto llevarse puesto a un perro en la puerta de la casa, de matar a una rata intrusa con un palo de escoba, de chapuzones en el río, de hacernos amigos de una familia de patos, de escuchar cientos de historias de corrupción y brujería.

Después de estar a punto de ser estafados por un vendedor de repuestos de autos, de dos envíos de repuestos por Fedex y de extender dos veces el permiso de la aduana para que la camioneta pueda seguir en el país.

Después de escapar de la casa de Wilson y alojarnos en el hotel del pueblo, de que Rita volviera de la ciudad sólo un par de días para ayudar a Wilson, de reencontrarme con Wilson arrepentido y tan avergonzado que no se animaba ni a mirarme a los ojos.

Y después de encontrar a un camionero argentino que nos vino a rescatar, finalmente nos vamos de Río Verde, pueblo polvoriento, de sopa, gallinas, moscas y perros sueltos, y después de una larga noche de remolque llegamos a Quito para terminar de armar el motor y ya que estamos terminar de armarnos nosotros, que venimos un poco golpeados, después de todo.




Chapuzón en el río.


Marti le da de comer a uno de sus patos amigos.


El estafador Diego Vargas Delgado y su mujer, escrachados por Facebook.

Desayuno feliz en el hotel Hipocampo de Río Verde.

Después de todo, un nuevo sol, ahora, en Quito.