viernes, 31 de agosto de 2012

Bogotá, un placer


Hoy me cuesta escribir. Debe ser que me gusta escribir sobre problemas. En algún momento llegué a pensar que quizás me los busco sin querer. Todo sea por escribirlos. Pero en definitiva es una cuestión de rachas, ciclos, etapas, temporadas o eras -como te guste- pero te aseguro que en algún momento la paliza termina y uno vuelve a respirar un poco de paz. 

Después de Ipiales encaramos para el norte y pasamos rápido por las ciudades de Pasto, Popayán, Cali, Armenia e Ibagué. Cruzamos “la línea”, la ruta más complicada y alta del país y la camioneta se la bancó bien. Ahora estamos en Bogotá y el placer es absoluto.

Todo aparece fácil, todo se nos ofrece, tenemos todo lo que queremos. El viaje cobra pleno sentido una vez más y entendemos que valió la pena haber pasado por lo que pasamos para vivir esta felicidad que disfrutamos al instante, porque sabemos que es escurridiza. Hoy, en este preciso momento, la atrapamos y la estamos estrujando.

Ya habíamos estado en Colombia y los dos teníamos la misma impresión que estamos confirmando: las personas son cálidas, alegres, se empecinan en ayudarte. En una estación de servicio, en una panadería, en la ruta, en un bar. Pasan los días y no dejamos de sentirnos bienvenidos.

Nos encontramos con Natalia, una gran amiga de Marta, dispuesta a sumarse a todos nuestros planes incluso los que impliquen no ver a nadie. Con su novio Héctor nos invitan a su casa a comer, a dormir, a bañarnos, a desayunar, a lavar ropa. Nos dicen que estamos en nuestra casa y te aseguro que no es una frase hecha.

También vemos a Enrique, un amigo veterinario, que revisa a Martina y le regala de todo. Nos invita a un asado en su casa y con su mujer, Rebeca, también nos ofrecen lo que necesitemos. Pero lo mejor es que no necesitamos nada. Todo fluye sin problemas y nuestra sensación de alegre tranquilidad es permanente. 

Estacionamos y vivimos en el “Parque de la 93”, una de las zonas más exclusivas de la ciudad. Hay plaza para Martina y bares para nosotros, además de carteles de “prohibido estacionar” por todas partes. Nuestros amigos están sorprendidos: dicen que a cualquiera que estaciona donde estamos nosotros la policía lo saca en 10 minutos. Nosotros estamos hace una semana y nadie nos dijo nada. Recién hoy a la mañana, un agente para en una moto y empieza a estudiar la camioneta. Mira la patente, mira el portaequipaje, se acerca a la ventana.

-Buenos días. –me asomo con cara de simpático. ¿Hay algún problema?

-Es que hace una semana que están parqueando aquí y está prohibido. –me contesta el policía. La gente sospecha, empieza a preguntar quiénes son, qué hacen.

-Hace 7 meses salimos de Argentina, venimos con mi mujer y nuestra perra viajando por Latinoamérica. En unos días seguimos para el norte.  

-Ah, qué chévere! Ok, no hay problema. Sigan, sigan, tranquilos.

El policía se aleja mientras reporta la situación por radio. Con Marta empezamos a desayunar. Encima de todo tienen rico café. Pensar que de algunos lugares nos hemos tenido que escapar y de acá no nos podemos ir. El viaje sigue, siempre y cuando algún día podamos dejar Bogotá.


Paisaje de la ruta conocida como "la línea", entre Armenia e Ibagué.





Acá charlando con un amigo, en un alto en la ruta a Bogotá.


Martina, copilota fiel.



Nuestra casa en el Parque de la 93.

Nati y Marta, en un bar del Parque de la 93.

Marti y su gran amiga, felices de la vida.

Marti juega a la Xbox en lo de Héctor y Nati, otra de nuestras casas en Bogotá.
Manos en la masa en la cocina de Enrique.

Deliciosa cena en lo de Enrique y Rebeca, otra de nuestras casas en Bogotá.

Marti feliz con la invasión Yorki en la casa de Enrique.

Salud, amigo. Gracias por todo.

La policía nos ignora en el parque de la 93.