Cada vez
que salimos de una ciudad nos cuesta. Porque salimos de esa comodidad que
sin darte cuenta te atrapa. Nos vamos de Bogotá y pasamos por Zipaquirá. Dos
horas y media al norte.
Zipaquirá es
un lindo pueblito que tiene uno de los atractivos turísticos más importantes de
Colombia: la Catedral de sal.
Dice en la
web:
“La catedral de Sal de
Zipaquirá es uno de los logros arquitectónicos y artísticos más notables de la
arquitectura colombiana, otorgándosele incluso el titulo de joya arquitectónica de
la modernidad. La importancia de la Catedral radica en su valor como
patrimonio cultural, religioso y ambiental.”
Entrás caminando
por un túnel y empezás a bajar a las profundidades. Te vas metiendo en las
entrañas de la montaña, dentro de una gigantesca mina de sal mientras pasás
por estaciones del Via Crucis talladas en las paredes de halita.
Llegás a lo
más profundo y la imagen es impactante: una Iglesia enorme a 180 metros bajo tierra. Es
un templo consagrado como Catedral. Paradójicamente se respira olor a azufre. Es
el olor del Infierno.
Como visita
turística es recomendable. Pero no nos engañemos: no es una catedral. Es una empresa. Aunque al principio nos indignó que cobren (10
dólares) para entrar a una Iglesia, después te ponés a pensar y no resulta tan
sorprendente que la Iglesia participe de un negocio aunque implique complicarte
la entrada a la supuesta casa de Dios.
Para mí, la
Catedral de sal es un reflejo perfecto de la situación actual de la Iglesia
católica como institución: hundida, oscura y bien cerca del Infierno.
Respeto a la
fe católica -como a cualquier creencia- porque le da paz y esperanza a millones
de personas. Pero la Iglesia como institución está muy lejos de ganarse mi
respeto. Después de las atrocidades que cometió en el pasado –de pensamiento,
palabra, obra u omisión– y otras tantas que se manda en el presente, este
dinosaurio espiritual tiene que hacer una profunda autocrítica y dejar de
priorizar la política a la acción, el materialismo a la espiritualidad y la
moral al amor. Benedicto: a ver cuándo te sacás los anillos y metés un poco las
manos y las patas en el barro que al menos en Latinoamérica hay mucha gente que
necesita un poco de paz. Rápido.
Turista con plata: compra tu recuerdito de la Iglesia! Vamos que se agotan! |
Fui hace 5 años y no estaba tan mercantilizada la cosa... Terrible.
ResponderEliminarDe todos modos es un lugar recomendable, me encantó. El día que fui no había prácticamente gente, y con mi novia de ese momento (colombiana) hicimos nuestra "ceremonia" de casamiento allí.
Qué grandeee!!!! Me imagino, habrá sido una ceremonia inolvidable! Y sí, acá están comerciantes al extremo. Yo pedí un descuento contando nuestro viaje con presupuesto de guerra y me lo negaron. Sólo para turisas, difícil para viajeros, impensable para católicos pobres!
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