Es un nuevo intento de los Psicotrópicos. Volvemos a presentarnos en el restaurante “Zoe”. Ya estamos en el escenario a punto de empezar a tocar. Después del interruptus policial y del apagón general, ¿qué más puede pasar? Ah, claro: el pánico escénico, ese viejo conocido que vuelve de visita. Tremendo desafío. Estoy bloqueado. Me transpiran las manos. Me pregunto porqué no dije que me sentía mal y cancelaba. Ahora estaría tranquilo en la camita.
Pienso que todos
me van a estar observando. Van a analizar y juzgar cada nota que toque. Y esa
presión hará que me equivoque de manera que tendrán más motivos para criticarme, entonces me voy a preocupar más y voy a tocar
cada vez peor y al final todos van a llegar a la conclusión de que soy un
inútil y un ridículo y me van a echar a patadas mientras me tiran papayas por la cabeza.
Pero la
realidad es que no soy tan importante. La gente no viene a observarme a mí, la
gente viene a disfrutar. Mientras pueda pasarla bien y transmitir eso, la cosa tiene
que fluir. Así que me aferro a esta idea salvadora y trato de relajarme.
Óscar hace
su presentación al mejor estilo showman cubano:
- Bienvenidos,
queridos amigos, a este chow, en el Zoe restaurante de Montañita. Vamos a tocar un poco de
música para que pasen una linda noche. Somos... los Psicotrópicos!
Comienza el
chow. Y ahora sí, nada nos interrumpe. Los Psicotrópicos tocamos como nunca y la noche explota. El lugar se llena de gente alegre. Hay artesanos y mochileros que escuchan
desde la vereda. Vendedores ambulantes que se asoman a mirar. Artistas callejeros que aprovechan la energía y se mandan a
hacer malabares frente al escenario. Y como nada
atrae más a una multitud que otra multitud, llegan más y más turistas que se
instalan donde pueden porque ya no queda ni una mesa libre y se arma una
bailanta en plena calle. La gente se menea hasta transpirar y más también. Donde miro hay alguien contento. Todos aplauden. Nadie me tira papayas.
Por más de
2 horas tocamos los clásicos de la salsa y después improvisamos otro rato porque siempre conviene aprovechar lo que cuesta encontrar. Al final la gente se acerca y nos agradece emocionada. Mientras
guardamos los instrumentos, tengo una sonrisa clavada por estar metido hasta el fondo en este delirio metafísico de cumplir un sueño dentro de otro sueño.
Me calzo la mochila al hombro y me despido de la banda hasta una nueva alucinación. Y entonces, ahora sí, la felicidad es absoluta. Es de esas que se disfrutan más porque la encontrás después de haber pasado por muchos -demasiados- problemas. Es de esas que te levantan varios centímetros del suelo.
Me calzo la mochila al hombro y me despido de la banda hasta una nueva alucinación. Y entonces, ahora sí, la felicidad es absoluta. Es de esas que se disfrutan más porque la encontrás después de haber pasado por muchos -demasiados- problemas. Es de esas que te levantan varios centímetros del suelo.
Así termina
esta noche de abrazo a la utopía. Y mientras quizás haya alguien al que
esto de cumplir un sueño le parezca una cursilería barata, yo me vuelvo a casa
flotando por el pueblo.
Toda la banda en acción. |
Extraordinario plato de arroz con mariscos y cerveza, parte de la paga a los músicos. |
El resto de la paga: unos 14 dólares. (casa y comida por un par de días) |
Videito de celular: uno de los primeros temas de la noche con Carlitos, otro músico invitado.
Gracias, Psicotrópicos. Nos veremos en alguna próxima alucinación. |