Otros
viajeros nos habían dicho que lo más difícil de un viaje es salir.
Mentira.
Salir fue
lo más fácil. Después vino esto. Sin contar los problemas mecánicos, claro.
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La
heladera nunca funcionó. Compramos otra.
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El
desagüe de la ducha en el piso del baño estaba mal. Lo arreglamos.
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La
alfombra de las paredes hacía estornudar. La sacamos.
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Se
nos rompió el anafe para cocinar. Lo arregló Edgar.
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Se
perdió un celular con mucha información. Nos resignamos.
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Fedex
y la aduana de Perú nos la complicaron con los repuestos.
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Mi
ropa se venía abajo del estante en cada loma de burro. Se arregló.
- El conversor de 12 a
220 volts se rompió. Compramos otro.
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A
Martina le dio alergia. Vimos veterinarios en varias ciudades.
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Nos
quedamos sin combustible en una ruta de montaña, de noche y en medio de una
nube. Zafamos con el bidoncito de emergencia.
4 meses, 3
países y 9000
kilómetros después, parece que todo se empieza a
acomodar. El Tetris humano y canino está aceitado, tenemos cierta forma de telepatía que resulta muy práctica y ya sabemos más o menos
dónde guardamos cada cosa, incluso el gas paralizante.
Ahora avanzamos
por la famosa ruta del Sol, en Ecuador. Es una vía que cruza gran parte del país
a pocos metros del océano Pacífico. Así llegamos
a Montañita, un pueblo turístico con aire caribeño. Está lleno de barcitos
con mesas en la calle, puestos de tragos, frutas, artesanías, guitarras, tablas
de surf y bicicletas que pasan vendiendo ceviche. También hay muchos argentinos. Los reconocés por ese aire particular y ese típico caminar arrastrando
las patas.
La playa
está buena. No es muy amplia pero es limpia y el agua está a una temperatura
extraordinaria, aunque no nos molestarían un par de grados más. Este es el
primer lugar donde Marti puede hacer lo que más le gusta y se queda horas en el
agua. Pasa las olas de todas las formas imaginables y a veces las olas la pasan a ella.
Estamos
en un camping a un par de cuadras de la playa. Hay
otras personas de varios países que viajan como nosotros, sin planes ni fecha
de regreso. La mayoría trabaja. Hay unos músicos con los que tocamos cada
noche, otros que laburan en restaurantes del pueblo y un par de chicas que
hacen swing en los semáforos. Una se llama Karen, es chilena y hace gemoterapia
desde hace varios años.
Un día
Karen me hace acostar en una colcha y con una piedra pendular me mide los
chakras.
-
Nunca
había visto una cosa así –me dice, preocupada.
- ¿Estoy muy mal? –le pregunto hipocondríaco.
-
Tenés
mucha energía pero está totalmente bloqueada. Voy a hacerte una sanación con las
piedras. ¿Vos creés en esto?
-
Mirá,
siempre voy a creer en cualquier cosa que me pueda ayudar. Así que dale con fe.
Karen busca
las piedras especiales para mi caso y hace su trabajo. Me receta ágatas
violetas. No sé si la
gemoterapia me funcionó pero no puedo negar que estoy más relajado. Estamos
viviendo los mejores días desde que salimos de Buenos Aires así que todavía ni
nos preguntamos hasta cuándo nos vamos a quedar en Montañita.
Ahora, estos son nuestros
únicos problemas:
- Las
picaduras de mosquitos a la noche. Se arreglan con espiral y repelente.
- Las olas
de la orilla que nos llevan las ojotas.
Esto significa que está por salir y quiere un café. |
Atardecer en Montañita. |
Chicos! Que bueno que pudieron saltar todos los obstaculos (problemas) y que ahora esten disfrutando a full!
ResponderEliminarY si, si desbloquearon los chakras, sepan que ahora no los detiene nadie!!!
Besos!!
que buena experiencia..... los felicito..............
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